Guillermo Fadanelli: Entre la burla y los estragos de la abulia

La reflexión como muestra superior de inteligencia  -condición que algunos ubican como la diferencia tajante entre el hombre y los animales- parece ser una constante en la literatura del escritor defeño. Poseedor de un desenfado casual a la hora de plasmar el lenguaje oral sobre el papel, Fadanelli ha logrado retratar los hechos consuetudinarios de una ciudad estructurada en el caos de toda índole.

¿A qué se deberá que la mayoría de sus textos tengan como vertiente –a veces no explícita- la búsqueda de una respuesta cuya resolución final no esclarece la pregunta? Quizá la explicación a esta duda sea la que él mismo ha mencionado: la  condición humana. En una de las tantas entradas que ha escrito en su columna semanal, ha expresado que<<insistir y continuar avanzando a pesar de que se camina en círculos, seguir a un instinto que no sabe acertar, o responder a un nombre y apellido que no siempre está referido a la misma persona, son todas ellas acciones humanas, en el sentido más íntimo de la palabra humanidad: ser y encarnar en una pregunta en vez de hacerlo en una respuesta>>

¿Sería ésta declaración una suerte de premisa a partir de la cual surge el cuestionamiento en los innumerables y entrañables personajes de su narrativa? No resultaría baladí afirmarlo puesto que más de uno de los que habitamos en esta metrópoli, nos hemos hecho toda clase de interrogatorios acerca de nuestra existencia y la vida diaria, reflejándonos muchas de las veces en personas totalmente ajenas y desconocidas.

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Presas de un mismo temor, aunque en diferentes intensidades y variedades; atados a un ciclo maquinal, perverso y monótono, se encuentran los protagonistas de sus textos.

Es ahí cuando, en uno de los infortunios que sacuden a dichas personas,  aparece la burla; así, el escritor –con o sin pretensión consciente- nos tiende la apuesta lúdica de la identificación: cualquiera de nosotros podría encarnar en Ulises Figueroa, Olivia Sánchez, Adolfo Estrada o Cristina de ¿Te veré en el desayuno? (1999).

Podría parecer irrisorio y hasta desconcertante que una década más tarde tales conflictos sigan a la orden del día, gestándose en las entrañas de una ciudad cuyos polos opuestos se encuentran a la vuelta de la esquina auspiciados por la simpatía de la conmiseración. La soledad, la afanosa búsqueda de reconocimiento, la imposibilidad de comunicarse libremente sin ser sujetos de un juicio subjetivo, continúan siendo males que bien pueden atacar a cualquier transeúnte desprevenido y ocioso atrapado en el tránsito pesado del Distrito Federal.

Autor polifacético que se mueve entre la crónica, la novela negra, el ensayo, los cuentos y hasta en los aforismos, sigue una línea que le otorgó una voz singular y un estilo que se ha equiparado, tal vez someramente, a escritores de la talla de John Fante. Mencionado esto, conviene explicar dicha apreciación: si bien es cierto que Educar a los topos (2006) comparte el rasgo autobiográfico con las de Fante como Espera a la primavera, Bandini (1938); Pregúntale al polvo (1939) o Un año pésimo (1985),  cabe mencionar que Guillermo, a diferencia de Arturo Bandini o Dominic Molise, no alberga en su ánimo un atisbo de redención o la esperanza de que en un futuro todo se acomode poco a poco.

Es así que los personajes de algunos cuentos contenidos en Más alemán de Hitler (2001), Compraré un rifle (2003) o Mariana constrictor (2011), a la hora de relatar su desventura, que en ocasiones está determinada por el destino, no encuentran la manera más satisfactoria de resolver su problemática y se quedan en el círculo vicioso de aceptar resignadamente su existencia a pesar de que los cuestionamientos queden permanentemente en la memoria.

La abulia encaja incluso en el lector cuando después de haber recorrido páginas y páginas por las que desfilan toda clase de anécdotas, momentos chuscos, circunstancias abrumadoras, paisajes inmóviles, vejaciones, momentos de gloria, revelaciones, sangre, sexo, Testigos de Jehová y mujeres, se experimenta un hueco en el estómago, o bien, un desahogo que la literatura permite bajo la posibilidad de conciliar lo trágico con lo cómico; no obstante, en la obra del también autor de Clarisa ya tiene un muerto (2000), existe siempre un sentimiento parecido al vacío, derivado de la incapacidad para sortear problemas que, a los ojos de muchas personas, podrían remediarse de forma sencilla y práctica.

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Fadanelli se vale de la pluralidad que converge en la Ciudad de México para dar rienda suelta a la imaginación o la barbarie que representa la realidad llana. Las avenidas atiborradas de autos, los humores de la gente, los hedores y la pestilencia de barrios, de clase alta o baja, que no están exentos de hospedar historias tan increíbles como comunes, son muestra de la decadencia personal, colectiva y hasta material que padece la ciudad y que sin embargo sigue sus rutinas diarias en una aparente armonía sólo visible para ciertos incautos como bien podría ser Susana Olvera de ¿Te veré en el desayuno?

¿Cuántas interrogantes más tendrá que hacerse la literatura para poder explicar de forma simple a la condición humana? Probablemente tantas como directrices y temas tiene la narrativa. Mientras tanto, convendría echar una hojeada a la obra de Fadanelli para descubrir que en el fondo la monotonía puede tener un lado amable si se atreve uno a confrontarse consigo mismo en el acto íntimo de la lectura. Es posible que sus dilemas no se resuelvan del todo o que su vida no cambie significativamente, empero, en esa pesquisa de respuestas, e incluso en la desazón de no encontrarlas puede decirse a cada una de las problemáticas, acerca de la abulia: El día que la vea, la voy a matar.

Por. Misael Alejandre

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